La misma experiencia, también, le preparó para enfrentarse al gigante Goliat y vencerlo. Como estaba acostumbrado a defender a sus ovejas de los lobos, los osos y los leones, podía entender que Dios podía cuidarlo a él de la misma manera.
Con el tiempo, los hombres que tenían a su cargo el cuidado espiritual del pueblo de Israel, no aprendieron la lección de David. Dios se queja contra ellos en el capítulo 34 del libro del profeta Ezequiel. En vez de pastorear las ovejas, se servían de ellas. No las cuidaban, no las curaban, ni las llevaban por sendas de justicia. Es por ello que Dios se decide a ser él mismo un pastor para su pueblo. Por eso se encarna en la persona de Jesús, y nos llama a formar parte de su redil.
Jesús es el buen pastor, y "el buen pastor su vida da por las ovejas" (Juan 10:11). Animémonos a seguirle hacia pastos abundantes de justicia, hacia aguas apacibles de vida y de verdad. Si así lo hacemos, podemos confiar plenamente en que "el bien y la misericordia nos seguirán todos los días de nuestra vida, y que en la casa de Jehová moraremos por largos días".