Hubo una vez un hombre que retó a Dios a que hablara. Haz arder la zarza como hiciste con Moisés, y te seguiré. Derriba los muros como hiciste con Josué, y pelearé. Calma las olas, como lo hiciste en Galilea, y te escucharé.
Y el hombre se sentó junto a la zarza, cera de un muro, a la orilla del mar, y esperó a que Dios le hablara. Y Dios escuchó al hombre y contestó.
Envió fuego, no a una zarza, sino a una iglesia. Derribó un muro, no de ladrillo, sino de pecado. Calmó una tormenta, no del mar, sino del alma.
Y Dios esperó a que el hombre respondiera. Y esperó… y esperó.
Pero como el hombre miraba zarzas, no corazones; ladrillos y no vidas; mares y no almas, llegó a la conclusión de que Dios no había hecho nada. Finalmente miró a Dios y le preguntó: ¿Has perdido tu poder?
Y Dios lo miró y le dijo: ¿Te has quedado sordo?
Mateo 7:8
Todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y el que llama, se le abrirá.
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