Cuando un sueño se rompe


Todos tenemos sueños, proyectos, ideas, propósitos, metas por las cuales trabajamos.  Algunas son a corto plazo, otras bien extensas. Unas requieren de mucho esfuerzo y tiempo de planificación y ejecución, otras no tanto. Cuando una de esas metas o sueños, que te ha costado mucho tiempo o esfuerzo, se rompe, ¿qué haces? ¿Te sientas a lamentarte, desistes definitivamente, insistes en reparar el daño, o tratas de rehacer todo y empiezas de nuevo?

La escritora Flavia Weedn señala: “Si un sueño debe caer y romperse en mil pedazos, nunca temas levantar una de esas piezas y empezar de nuevo”. “Sí, qué bien es decirlo, pero difícil llevarlo a la práctica” me puedo imaginar el pensamiento de alguien que, justo en estos momentos, pasa la experiencia de un sueño roto. Sin embargo, he visto a muchos con sueños rotos tratando de juntar todos los pedazos y reunirlos nuevamente, perdiendo más tiempo, esfuerzo e inversión (monetaria o emocional) en la reparación total, que si empezaran de nuevo, utilizando la mejor de las partes: la experiencia.

Entonces, “por gravedad”, llega la siguiente pregunta, ¿a quién culpar? ¿Al vecino, al gato, al gobierno, a Dios? Es natural echarle la culpa a terceros de nuestra falta de visión de prever los derrumbes, de nuestra mala elección de “materia prima”, o simplemente de que no nos dimos cuenta a tiempo que no era el mejor sueño a seguir. En un gran porcentaje de los casos, Dios termina siendo el culpable de no ayudarnos a cumplir nuestros sueños y metas.

Sobre los sueños, personalmente pienso: Algunos son excelentes propósitos, otros necesitan un cambio de protagonista o de materia prima, y otros no debimos siquiera cerrar los ojos para tenerlos. Si lo tuviste y se rompió en 20 mil pedazos, ¡arriba el ánimo! Saliste del sueño y entraste a la realidad.

Salmos 27:14
Aguarda a Jehová; Esfuérzate, y aliéntese tu corazón; Sí, espera a Jehová.

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