¿Hasta dónde ayudar?

Recientemente analizaba la situación de alguien a quien, cuando me lo permitía, le daba consejos. Algunas veces, aún cuando me cerraba las puertas en el rostro, intentaba hacerle reconocer el error en el que estaba, porque entendía que aún estaba a tiempo de evitar una caída de mayores proporciones. Sin embargo, todo tiene un límite y punto de cansancio; ese punto donde decimos “No vale la pena el esfuerzo”.
La pregunta importante aquí es, ¿hasta dónde o cuándo forzar con la ayuda? Una madre digamos que lo intentará mientras su hij@ viva; sin embargo, un amigo, un consejero, u otro conocido tendrá su “tope”, o “cuota máxima” de ayuda. Fíjate en este pasaje bíblico: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres” (Romanos 12:18); adaptándolo a nuestro tema, por más que intentemos ofrecer la ayuda, si la otra persona no está dispuesta a aceptarla, y sobre todo a practicarla, ya no depende de nosotros.
Siempre recomiendo, e intento practicar, ayudar a quien lo necesita, aún cuando esa persona rechace la ayuda y nos dé el portazo en el rostro, por dos razones básicas: una, porque si Dios hubiera desistido de la primera, el asunto se hubiera acabado en el Jardín del Edén, o no hubiera dejado los 8 en el arca; y dos, porque esa insistencia es la evidencia más fehaciente de que se intentó ayudar, y no habrá excusa de “abandono” en la etapa difícil.
Si te haces el o la difícil en cuanto a los consejos, recuerda que todo tiene su límite, por más cariño o aprecio que alguien te tenga.
Apocalipsis 3:20
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.