Vivir contigo mismo


 Uno de los grandes principios sobre relaciones interpersonales es que debemos entender que no todos somos iguales y que, para vivir “en paz”, es necesario comprender al prójimo; también hay otro dicho que dice por ahí “para los gustos se hicieron los colores, y también los sabores”. Sin embargo, ¿cómo sería tu mundo, si todos con los que te interrelacionaras fuesen exactamente igual a ti?

 Imagínate que estamos 100 años adelante, y que la moral, modernidad, permisividad y “libertad de elección” hayan llegado al extremo de que se autorice legalmente la clonación humana. Ahora imagínate que esa clonación incluya duplicidad exacta de pensamientos y forma de ser, ¿te duplicarías a ti mism@? ¿Qué te parece si pudieras multiplicarte tantas veces como para que, donde quiera que tengas que interrelacionarte, te encuentres a ti mism@? ¿Podrías vivir contigo mism@, o dirías “más como yo, se quema el pedazo”?
 Una receptora de estas reflexiones me envió la siguiente frase, atribuida al escritor, humanista y teólogo Erasmo de Rotterdam: “El que conoce el arte de vivir consigo mismo ignora el aburrimiento”. Siguiendo con el caso hipotético anterior, ¿será tan cierta esta frase como para clonarte? ¿O sería demasiado aburrido vivir con gente exactamente igual a ti?

 Una de mis teorías sobre los límites es que, como la conciencia es nuestro “YO” sano, cuerdo, lógico, ético y moral, y que se acompaña de las reglas que Dios nos ha dejado, nos aburrimos de escucharla, hacemos caso omiso, y terminamos tomando decisiones fuera de los límites morales, éticos y espirituales. Aquí debiéramos clonar nuestras conciencias, tantas veces como para que no haya espacio para pensamientos dañinos y de ocio.
 Salmos 16:7

Estadísticas de desobediencia


 ¿Has podido asociar, estadísticamente hablando, los fracasos a la desobediencia? Es probable que, si ya eres adult@, puedas hacer memoria de la cantidad de cosas que tus padres te dijeron que no hicieras, o que te advirtieron de sus posibles consecuencias, y que de todas maneras hiciste. ¿En cuántas te fue bien? ¿De cuántas te libraste realmente? ¿De cuántas aún estás pagando las consecuencias, directas o indirectas? Si eres muy joven aún, quizás ni te interese hacer el ejercicio.
 Al caer la tarde de ayer, me llegó una noticia triste de un jovencito, de alguien que vi crecer, que en muchas ocasiones vi personalmente desafiar las advertencias de sus padres y maestros, pero que ayer terminó siendo parte de las estadísticas mortales por una desobediencia. Hoy, la familia y relacionados lloran las consecuencias de un desafío. Quizás también a ti te llegue a la memoria alguien que, quizás no es parte de una estadística mortal, pero que sí forma parte de las estadísticas de vicios, embarazos no deseados, accidentes u otro de esos que “marcan” para el resto de la vida… todo por desafiar y decir: “…a mí no me pasará”.
 La desobediencia, de cualquier tipo, pero sobre todo la desobediencia a Dios, paga; tarde o temprano paga. Muchas veces no asociamos una cosa hoy con una desobediencia de hace un tiempo, pero que si hacemos el “árbol genealógico” de esta, encontraremos la abuela, bisabuela o tatarabuela desobediencia que hoy pagamos.
 ¡Cuidado con los desafíos! y más a Dios y sus advertencias. Muchas las podrás contar; una la podrían contar por ti.
 Colosenses 3:5-6
Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia