Vivir contigo mismo


 Uno de los grandes principios sobre relaciones interpersonales es que debemos entender que no todos somos iguales y que, para vivir “en paz”, es necesario comprender al prójimo; también hay otro dicho que dice por ahí “para los gustos se hicieron los colores, y también los sabores”. Sin embargo, ¿cómo sería tu mundo, si todos con los que te interrelacionaras fuesen exactamente igual a ti?

 Imagínate que estamos 100 años adelante, y que la moral, modernidad, permisividad y “libertad de elección” hayan llegado al extremo de que se autorice legalmente la clonación humana. Ahora imagínate que esa clonación incluya duplicidad exacta de pensamientos y forma de ser, ¿te duplicarías a ti mism@? ¿Qué te parece si pudieras multiplicarte tantas veces como para que, donde quiera que tengas que interrelacionarte, te encuentres a ti mism@? ¿Podrías vivir contigo mism@, o dirías “más como yo, se quema el pedazo”?
 Una receptora de estas reflexiones me envió la siguiente frase, atribuida al escritor, humanista y teólogo Erasmo de Rotterdam: “El que conoce el arte de vivir consigo mismo ignora el aburrimiento”. Siguiendo con el caso hipotético anterior, ¿será tan cierta esta frase como para clonarte? ¿O sería demasiado aburrido vivir con gente exactamente igual a ti?

 Una de mis teorías sobre los límites es que, como la conciencia es nuestro “YO” sano, cuerdo, lógico, ético y moral, y que se acompaña de las reglas que Dios nos ha dejado, nos aburrimos de escucharla, hacemos caso omiso, y terminamos tomando decisiones fuera de los límites morales, éticos y espirituales. Aquí debiéramos clonar nuestras conciencias, tantas veces como para que no haya espacio para pensamientos dañinos y de ocio.
 Salmos 16:7

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